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DEL SILENCIO A LAS RISAS, EL EFECTO PACHAYAKU

  • Pachayaku
  • 26 jun 2019
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 27 jun 2019


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Niños de la Escuela Modelo de Educación Integral de Río Grande

La gritería es ensordecedora, los aplausos revientan en los salones de paredes amarillas y los vítores para el superhéroe aparecen cuando él gira y observa a los niños que no paran de aplaudir. Al fondo, una niña de no más de doce años se pone de pie, salta tímidamente pero grita con fuerza. Adelante, dos adolescentes se miran entre ellas, en sus ojos hay un brillo estelar que las ilumina y sus carcajadas son las más sonoras en el recinto. Frente a ellos hay un hombre flaco, vestido con un enterizo multicolor, camaleónico. En su cabeza tiene un Chullo peruano que le oculta su cabellera desordenada. Sus manos forman un arco al ajustarse sobre su cintura y su sonrisa deja ver unos dientes gigantes, como figuras de domino alineadas en su boca. Es Pachayaku, el superhéroe del medio ambiente que acaba de irrumpir teatralmente en un salón de la Escuela Modelo de Educación Integral, en Río Grande, Argentina.


Es el miércoles 5 de junio de 2019. En la isla de Tierra del Fuego se siente con rigor el invierno austral, las calles congeladas, las nubes dibujando figuras tenues, fantasmagóricas, que son arrastradas por fuertes vientos acentuando la baja sensación térmica. A las seis de la mañana, Jeferson Valderrama saca su cabeza de la bolsa de dormir, sus cabellos se ponen de punta y el rostro siente los pellizcos de la temperatura bajo cero. Todo está oscuro, el sol sale entre las nueve y las diez de la mañana. En el quincho, lugar donde duerme, hay un colchón, algunas cajas, uno que otro coroto ahí y allá, las alforjas y Nina Wayra. Sabe que debe levantarse, tiene presentación en un colegio, pero quiere dormir más o por lo menos, no salir con semejante frío que le congela hasta las nalgas.


No desayuna. Afuera, en la calle, las luces ámbar de los postes iluminan las vías congeladas. Todo está suspendido en el tiempo, nada se mueve, no hay ruidos, no hay animales. Hasta que en una esquina, como a cincuenta metros, un auto gira y pasa junto a él. Las púas en las ruedas producen un sonido estomacal, es el hielo que se compacta con el peso del carro. Instantes después, pasa un vehículo y luego otro y otro, hasta que se vuelve normal ver aquella caravana que se mueve lenta, como en suspenso, como un cortejo fúnebre. La gente empieza a salir, los niños van a las escuelas, otros desde temprano acuden a sus trabajos. Todos se mueven por la voluntad de la obligación, académica o laboral, pero se mueven. Por su parte, Jeferson es el único que podía quedarse durmiendo y escapando del frío inhumano. En cambio, decidió salir para cumplirles a los niños.


Celeste Menescardi espera a Jeferson en la escuela mientras vigila el ingreso de los pequeños. Al mismo tiempo, afuera todo es oscuridad, frío y silencio, adentro las voces se escuchan como susurros tenebrosos, los niños hablan corto, respiran profundo y conversan sigilosos como contando un gran secreto. No parece un colegio pero Jeferson reacciona y recuerda que está en el fin del mundo, no en su caribe, en su bulliciosa y colorida Colombia. Faltan cinco minutos para las siete de la mañana, pero parece la media noche.


-¡Qué frío! –piensa Jeferson en voz alta, aunque tenue.

-¿Qué? –pregunta Celeste abriendo sus ojos, como tratando de descifrar las palabras.

-Buenos días -saluda el colombiano estirando su mano derecha.


Jeferson siente que el tuétano se le congela, que los cristales de hielo le rompen los huesos y una rara fricción se produce contra los músculos. Está yerto. Recorrió varias cuadras hasta la escuela y a pesar del tiempo que lleva en la isla, aún no se acostumbra a la brutalidad del clima invernal patagónico. El ‘show’ de Pachayaku que a esa fecha ya es bien conocido en la región, empieza bien temprano y la ‘seño’ (maestra en Argentina) lo está esperando. La primera actividad es en primero A de secundaria. La profesora anuncia que trae a un invitado, los niños lo buscan con sus ojos mientras sus cuellos se estiran para ver más lejos. Entra en el salón, los chicos se quedan mirándolo fijamente, como un felino a su presa. Nina Wayra (la bici) está con él, eso pone mucho más inquietos a los estudiantes. La bicicleta queda estacionada frente al pizarrón. Los niños no saben de qué se trata. La profesora se aleja, camina hacia un costado y se sienta en una silla infantil que la encorva.


-Good morning –saluda Jeferson. Los niños impávidos.

-Bom dia –Intenta en portugués. Nadie reacciona. Todos se miran entre ellos.

-Buenos días –Intenta en español. La reacción de algunos niños es afirmar que es colombiano por su acento y las primeras risas aparecen, aunque tímidas.

-Yo vengo del país más septentrional de Suramérica –replica Jeferson ante las afirmaciones de los pequeños. Vuelve el silencio y las dudas.


Jeferson les dice que es un superhéroe, uno diferente, uno nunca antes visto. Se generan algunas risas de incredulidad. Solicita un voluntario, en lo posible un hombre. Pasa al frente un niño de mirada tranquila, con sus manos en los bolsillos, se ve tímido y se hace al lado de Jeferson recogiendo sus hombros. Su cuerpo habla por él, dice que no está ahí, que es invisible. Los superhéroes tienen algo en común, un traje, así que Jeferson le pide al niño que sostenga sus ropas. Una especie de metamorfosis criolla inicia cuando la campera (abrigo) sale de él. Sus brazos se sacuden con fuerza, va y viene dentro del salón, dando giros y haciendo movimientos danzantes, mientras grita con fuerza diciendo que es el superhéroe más rápido. Luego levanta algunas cosas del escritorio de la maestra, y vuelve a hablar para decir que es el más fuerte. De inmediato se retira su gorro, se lo entrega al niño que le ayuda con sus ropas, gira su cabeza y sus cabellos en rebeldía se mueven en desorden, baja la voz y con un tono grave exclama que es el más sexi. Las carcajadas explotan, hay gritos, aplausos, los niños están eufóricos, se ha roto el silencio.


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Pachayaku con perchero humano

Llega el turno del pantalón. Se retira las botas y bromea con ellos diciendo que tiene olor a pata (mal olor en los pies). De nuevo las risas, los ojos de los niños bien abiertos, brillantes, muy vivaces. La música suena dentro de la cabeza de Pachayaku, una nueva forma de música, una que solo escucha él y que todos ignoran. Una melodía que lo hace moverse cadenciosamente de un lado al otro, su baile graciosamente sensual aparece y las risotadas son incontenibles, hay golpes de palmada sobre los pupitres, la ‘seño’ es una más sumada en la algarabía. Con torpeza sale el pantalón. El joven queda forrado en una licra multicolor, es flaco, flaquísimo y sus rodillas huesudas forman dos rombos en el camino a sus pies. Abre sus piernas, estira sus brazos, queda extendido, hasta sus manos se abren y sus dedos se separan entre ellos. Es una figura vitruviana jocosa y singular, casi una ardilla voladora. Desde que empezó la transformación, las carcajadas no se han detenido, solo se escucha la voz estridente del héroe y la reacción bulliciosa de los niños. Finalmente, sale su capa, una tela impermeable en la que se observa el mapa de Suramérica y sus banderas sobre el whipala o bandera de los pueblos originarios. Regresa su gorro y Jeferson deja de ser Jeferson, Pachayaku surge en medio del ‘striptease’ más inocente y cómico del mundo.


-Niños y niñas, perros y guanacos, pingüinos y ballenas, zorros y zorras, señoras y señores, con ustedes Pachaaaayakuuuuu, el superhéroe del medio ambiente. –grita el colombiano en la mitad del salón ya transformado en su personaje. Hay aplausos, gritos y al fondo del salón una niña salta. Todos hablan, opinan pero nunca dejan de sonreír. Pachayaku les explica su atuendo, su traje es en honor al Jaguar, el felino más grande del continente y amenazado de extinción. Presenta a Nina Wayra, explica su nombre de superhéroe y el de su bicicleta. Los niños han vuelto al silencio, atentos a las palabras del hombre. En algún momento la ‘seño’ comenta que los más silenciosos se volvieron habladores y los bulliciosos se volvieron callados. Es el efecto de Pachayaku en los niños.


Llega el turno de la demostración de los poderes. Pachayaku tiene tres. Estira una de sus piernas y dice con fuerza que son de acero, claro, muy fuertes para pedalear diez mil quinientos kilómetros para regresar a Colombia. Uno de los niños, se levanta de inmediato y le pregunta si le pueda dar un buen golpe en sus piernas de acero. Vuelven las risas. Luego, habla del poder de las cinco erres, extendiendo su mano derecha y poniendo sus dedos en dirección a los niños. Todo va acompañado de una alta dosis de jocosa teatralidad. Las palabras rechazar, reciclar, reutilizar, reducir y respetar quedan escritas en el tablero, las lecciones de conciencia ambiental se van dando en medio de las risas de los niños, pero ellos prestan atención en cada detalle explicado por el superhéroe del medio ambiente.


-Son tres, le falta un poder –dice una niña de anteojos, mientras exhibe una sonrisa ligera.


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Juliana Sifuente con un dibujo que le regaló a Pachayaku

De inmediato, Pachayaku, se quita su gorro, acaricia su cabello y dice que es súper sexi. No hace falta mencionar las risas, los niños y el héroe se han vuelto uno solo.

Pachayaku les pide que por favor cuiden el planeta, sus ríos, sus lagunas y su hermosa isla. Él se encuentra lejos de su país y de su familia, porque cree en la posibilidad de cambio a través de los niños. Algunas lágrimas aparecen, no hay tristeza en el ambiente, es la sensibilidad de los pequeños que se muestra cuando entienden su rol en el mundo y lo aceptan. Antes de finalizar la presentación, Pachayaku lee algunas cartas que niños de otros colegios han escrito. Así que los alumnos de la Escuela Modelo, también hacen lo mismo. Una de las cartas dice:

“Para el señor Pachayaku: Le dedico esta carta para usted. Cuando llegó usted pensé que era una persona común y corriente, pero cuando empezó a hablar me inspiró a empezar a cambiar el mundo. Tu discurso y tu gran bicicleta son asombrosos. La gran Nina Wayra es muy linda y con vos van a hacer grandes cosas para cambiar a todos yo sé que vas a cambiar la mentalidad de las personas”

Escribió Luciana Sifuente en su carta de regalo. Cada niña y niño compusieron cartas entrañables, sentidas y con un alto grado de sensibilización. Todos pasaron al frente a leer, sin temores, sin dudas y sin la presión académica acuestas. Leyeron con sonrisas imborrables, felices, tan contentos, que durarán semanas hablando de Pachayaku.


Casi a media mañana, por una de las ventanas ingresaba una luz tenue, era el sol que rompía unos nubarrones negros y quedaba un cielo vasto muy azul. La maestra Celeste entregó un sentido reconocimiento a Jeferson. Los niños lo despidieron con un fuerte aplauso y muchos abrazos. Al salir del lugar, tomó a Nina Wayra, llegó al pavimento congelado, miró atrás, sonrió y se fue pedaleando buscando el horizonte, justo donde el sol empezaba a salir. Necesitaba calentarse.


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Río Grande, provincia de Tierra del Fuego, Antártida, e Islas del Atlántico Sur , 26 de junio de 2019.


Escribe: José Vargas

Relatos: Jeferson Valderrama – Pachayaku

Fotografías: Jeferson Valderrama - Pachayaku

 
 
 

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