DE USHUAIA A TOLHUIN, EL PASO GARIBALDI
- Pachayaku
- 25 may 2019
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 30 may 2019

Manuel Ojeda abraza a Pachayaku. Hablan entre ellos, las voces son casi imperceptibles por la emoción que ahoga la respiración. Los amigos se despiden de manera sonora, con seguridad no se volverán a ver en muchos años, quizás nunca suceda el rencuentro, pero con el último abrazo y con las palabras de agradecimiento que se cruzaron, queda la sensación que la despedida es breve, como si a la semana siguiente se volvieran a ver. . Nina Wayra espera en la calle, estacionada, aguardando a Pachayaku para iniciar el camino que los llevara a Tolhuin, una ciudad a medio camino en la Isla de Tierra del Fuego, entre Ushuaia y Río Grande.

Serán ciento seis kilómetros, el invierno acaba de empezar y la travesía promete ser difícil para el ciclista, que a la una y treinta minutos de la tarde, ya tiene su capa de superhéroe puesta. La ciudad lo despide con una brisa calma y un cielo azul intenso, con alguno que otro nubarrón, especialmente en la cordillera. La bicicleta va equipada con alforjas que llevan la mayor parte de las cosas y en la espalda de Jeferson, una mochila completa el equipaje. Cerca de las dos de la tarde, alcanza una especie de monumento, un pedestal gigantesco de roca con letras blancas que marcan el inicio y el final de la ciudad por la ruta nacional tres. En la estación de servicio, compra nafta (gasolina) previendo que deba cocinar por la carretera con su cocineta portátil. Las condiciones climáticas en la zona son muy famosas por lo extremas que pueden ser durante el invierno, con vientos fuertes que golpean de lado y nevadas. Además, el temido paso Garibaldi, se ubica justo antes de la llegada a Tolhuin.
Nuevamente en la bicicleta, su mirada se posa en su retrovisor, ve a lo lejos una ciudad invernal que se empieza a cubrir de nieve, los pensamientos se ubican en las experiencias, en las alegrías y en aquellos desconocidos que se volvieron amigos entrañables. El pedaleo lo va metiendo lentamente en el Valle Carvajal, al lado del camino los numerosos árboles de Lenga forman bosques tupidos y en las alturas, los picos nevados predominan. Antes de los primeros doce kilómetros el peso de Nina Wayra, que va a toda capacidad , se empieza a sentir. Las relaciones de los platos y los piñones se mueven. La carretera serpentea, con cada curva aparecen más montañas y el horizonte se vuelve gris tempestad. Una llovizna se deja caer, es una brizna que le pellizca el rostro, como agujas heladas que atacan de manera incesante. Se hace a un lado del camino y se detiene.

Al lado de la carretera se cambia de ropas, se pone unos pantalones y chaqueta impermeables para protegerse y afrontar lo que queda del camino. La temperatura desciende, la neblina roza las copas de los árboles y en pocos minutos, todo se hace ceniciento. Justo antes de retomar la carretera, aparece un auto con un par de chicos, son Pablo y Paola, dos hermanos que se detienen y comparten un mate caliente con Pachayaku. Conversan por varios minutos, hablan de la travesía por Suramérica, hay apretones de manos y le dan ánimos a Jeferson. Vuelve el pedaleo.
A pocos minutos de reiniciar, la llovizna se vuelve un aguacero torrencial, la visibilidad es escasa debido al techo de nubes que ya no deja ver nada más que la carretera y los vehículos que aparecen de la nada.

Su capa de superhéroe le protege la espalda y el morral. La ropa impermeable funciona con normalidad, pero por su casco el agua muy fría se empieza a filtrar hacia su pecho y espalda. Así que decide quitárselo y ajustar sobre su cabeza la capucha de su chaqueta. Vuelve la tranquilidad de sentirse resguardado de la lluvia. Mientras más pedalea, las condiciones se hacen más difíciles, pero ocurre algo asombroso, ante aquellas dificultades sonríe. Piensa que hacer su primer viaje enfrentando la inclemencia de los elementos, es una buena señal. Se para en los pedales, abre su boca y con fuerza avanza.
Las pendientes aparecen con el final del valle, corona las primeras alturas y vienen los descensos, los cuales son muy pronunciados. La velocidad ronda los cincuenta kilómetros por hora. Pachayaku se siente volando, su capa se extiende con la voluntad del viento y el peso de Nina Wayra desaparece. Al alcanzar los primeros veinticinco kilómetros, surge un dolor profuso en la rodilla derecha. El frío y la molestia, lo vuelven a detener. Está en el cerro Castor, un paso ligeramente elevado y el centro de sky más austral del planeta. Un miembro de la Gendarmería Argentina (Policía), le advierte que las condiciones en el paso son muy complicadas, pero es factible lograrlo. Con algunas advertencias y luego de beber agua tibia, reinicia.

A buen ritmo se empieza a acercar a la montaña, aunque no logra ver la cima, debido a la nubosidad, sabe que viene el tramo más difícil. Sorpresivamente, aparecen fuertes ráfagas de viento. Cuando estas venían desde la derecha, lo sacaban hasta la mitad de la carretera y cuando la corriente descendía de la cordillera, literalmente terminaba afuera del camino. Pachayaku se da cuenta quién es el verdadero amo de aquellos caminos sinuosos y traicioneros. El poderoso viento mete miedo. Eso significó una nueva parada. Con mejores condiciones y sin lluvia, volvió a la bicicleta, empezaba la subida al Garibaldi. El automóvil de Pablo y Paola venía bajando, estaban de regreso y en medio de cambios de luces, pitos y manos al aire se volvieron a saludar. Pachayaku saludaba a todo el que pasaba, extendía su mano izquierda a los carros que bajaban, uno que otro conductor le regresaba el saludo y la motivación crecía.
El ascenso al Garibaldi empieza, la relación de la bicicleta no pasa de uno con uno. Duelen las piernas y el frío es insoportable. Mirando para todas partes, zigzaguea, va de un lado para el otro, toma impulso y el cuerpo responde al reto. En el kilómetro cuarenta, los nubarrones negros en lo alto descienden, todo se oscurece, el ambiente se hace abrumador. Aparecen las luces, una que se pone en su cabeza, otra en su pecho, sobre la chaqueta y una roja, en la parte trasera de Nina Wayra. Los carros le pitan, avisando que van y Pachayaku no para de saludar.
Una camioneta que desciende por la montaña, baja la velocidad, se acerca lo suficiente como para entablar una conversación en la carretera. René Vergara, el conductor del automóvil, había pasado minutos antes, iba de camino a Río Grande y vio al hombre pedalear bajo las difíciles condiciones atmosféricas. Tras avanzar montaña arriba, decide devolverse por el ciclista. Suben la bicicleta y Pachayaku muy cómodo y caliente al interior del carro se va hablando con el conductor. Después del kilómetro cuarenta y dos, la aventura en Nina Wayra termina, por fortuna, ya que el paso se encontraba con mucha niebla y el frío era cercano a temperaturas bajo cero. Al caer la noche, el carro pasa debajo de un arco de madera con letras blancas en las que se puede leer: “Bienvenidos a Tolhuin”. René sigue su camino, tras dejar a Pachayaku frente a la panadería La Unión, donde Emilio, su dueño, espera al colombiano para brindarle techo y un plato de sopa caliente.
Escribe: José Arnoldo Vargas C.
Testimonios: Jeferson Valderrama - Pachayaku
Fotografías: Jeferson Valderrama – Pachayaku.
Tulhuin, Isla Grande de la Tierra del Fuego, mayo 25 de 2019.
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